Hace más de 50 años se nos inculcaba en la catequesis que el Catolicismo era la única religión verdadera. Y se remachaba esa idea explicando que a los justos que practican otras religiones, tras su muerte, para que puedan salvarse, Cristo los hace católicos al concederles el bautismo de deseo, el que Dios otorga a los buenos que sin culpa desconocen el Evangelio. ¿Y qué contaban aquellos instructores de la fe del resto de cristianos que a pesar de conocer a la iglesia de Roma no se hacían católicos? ¡Pues nos avisaban de que esos tenían muy cruda la posibilidad de salvarse!
Como botón de muestra del pensamiento en aquellos años cito un texto de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei:
«”Minutos de silencio". —Quédese esto para ateos, masones y protestantes que tienen el corazón seco. / Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos.» (Camino, punto 115, Editorial Rialp. Año 1955.)
Según esas palabras los únicos hijos de Dios del grupo son los católicos; y el resto poco puede hacer, porque además tienen el corazón seco. Considerando que ese libro pasó las rígidas censuras eclesiásticas de la época, hay que concluir que esa misma forma de pensar era la del catolicismo imperante.
Hay que reconocer que el santo fundador del Opus Dei modifico años después ese punto dejándole en su versión actual, acorde con el nuevo catolicismo vigente, en la que ya no figuran explícitamente ateos, masones ni protestantes: «"Minutos de silencio". —Dejadlos para los que tienen el corazón seco.». Mas si que se incluyen implícitamente pues tan sólo siguen siendo hijos de Dios los católicos: «Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos.», por lo que sigue diciendo lo mismo que antes.
Y
Pero es que el resto de las iglesias cristianas sienten lo mismo que
¿Y qué ocurre con las otras religiones? Pues más de lo mismo: cada una de ellas se cree la única verdadera.
Si analizamos esa forma de ser de todas las religiones e iglesias cristianas podemos sacar tres conclusiones principales:
1 — Se consideran a si mismas como la única religión verdadera, por lo que todas las demás están equivocadas.
2 — Los miembros pertenecientes a cada grupo se vivencian como los elegidos de Dios, como sus fieles. Y ven al resto de la humanidad como seres inferiores, como candidatos a la condenación, como infieles a los que hay que convertir a su “religión verdadera”.
3 — Cada grupo religioso produce una división de la humanidad entre ellos, los elegidos, los sujetos de derecho ante Dios; y el resto, los equivocados, los parias, los que mientras sigan siendo infieles carecen de dignidad ante el Altísimo y por tanto de derechos; lo que justifica que puedan hacer con ellos lo que les dé la gana (como insultarlos, difamarlos, torturarlos o matarlos en nombre de Dios).
La materialización de los puntos anteriores se halla en la multitud de barbaridades que han cometido todas las religiones a lo largo de la historia (matanzas individuales y masivas, inquisiciones, guerras santas, etc.).
Volvamos a la pregunta que origina este escrito: ¿Existe la Única Religión Verdadera?
Si cada una de ellas se considera la perfecta, por lo pronto acertamos a descubrir que estarán equivocadas todas menos una (ya que todas no pueden ser a la vez la única religión plena). Y como cada religión aporta datos semejantes de revelación divina, de medios ascéticos, de santidad en muchos de sus fieles, de milagros, etc. eso nos crea una indeterminación para conocer cual de ellas puede ser la plena., y en ese estado de incertidumbre invencible lo único que podemos afirmar de cualquier religión que escojamos es que no sabemos si es la perfecta o no.
Primera conclusión: Lo más que un fiel puede afirmar de su culto es que le ayuda a acercarse a Dios, nunca que es la única religión verdadera, ni que las demás están equivocadas.
Por otra parte, el efecto inmediato de una religión completa ha de ser unir a todas las personas, nunca crear división entre ellas. Pobre religión es la que en vez de suscitar el amor universal propicie el odio de unos hombres contra otros. Hemos visto como cada una de las religiones oficiales exalta a los suyos a costa de deshumanizar y cosificar al resto, lo que produce división, rechazo, violencia, odio, etc., entre sus fieles y los ajenos. Y que nadie se engañe, eso no se debe a los pecados individuales de los hombres, sino a la soberbia colectiva que cada grupo genera al considerarse el único elegido por Dios.
Segunda conclusión: Como toda religión oficial (católica, protestante, islámica, judaísmo, etc.) produce división entre los suyos y el resto de la humanidad, eso implica que ninguna de ellas es la religión plena, la vía única y completa que viene del Cielo y lleva a él, la inspirada al cien por cien por Dios y depositaria de toda la verdad revelada.
¿Puede alguna religión, como hace la católica, afirmar que es la depositaria de toda la revelación divina, que se haya asistida por el Espíritu Santo para no equivocarse y que puede privar del Cielo a quienes excomulgue?
No hace falta ser muy listo para saber que a un niño no se le puede dejar jugar con un arma de fuego, ya que con ella puede causar desmanes impredecibles.
Dios es la máxima inteligencia posible, por lo que es inaudito que le entregue a algunos hombres, unos pobres pecadores, el arma formidable que es el poder cerrar y abrir el Cielo a quienes ellos quieran, toda la verdad revelada, y la maza de la infalibilidad; ya que las usarían para sus fines egoístas, creando con ello grandes desastres a la humanidad (como de hecho ha ocurrido con
Tercera conclusión: Dios no puede ser infinitamente inteligente y sabio, y a la vez conceder a un grupúsculo de hombres el arma de poder cerrar y abrir la entrada al Cielo, de poseer toda la verdad revelada y de que sus decretos sean infalibles. Como Dios es infinitamente inteligente y sabio, por ello no puede existir ninguna religión que sea poseedora de la infalibilidad, de toda la verdad revelada y de la capacidad de privar o conceder el Cielo al prójimo. Por lo que la religión Católica miente cuando dice ostentar esos atributos divinos.
Todo culto incluye dos partes. Por un lado está su faceta carismática, la que viene de Dios (libros sagrados, medios ascéticos, sacramentos, etc.), y por otro la institucional, la creada por los hombres para difundir y vivir ese carisma (conjunto de estructuras temporales, de leyes y normas, su articulación jerárquica, etc.). Como todos sus gobernantes no encarnan el carisma original, con el paso del tiempo la parte humana de la religión se va alejando de la divina, a la que acaba utilizando como medio coactivo para mantener los egoísmos de sus dirigentes (por ejemplo usando la aterradora arma —a la vez que falsa— de que «quien nos deja se condena»).
Normalmente un culto no aparta a la gente de Dios por su aspecto carismático, sino por los escándalos y la coraza en la que la mete lo institucional, que lleva a ahogar en las personas el don divino que ese grupo proclama. Esta división nos lleva a que abandonar una religión no tiene porqué suponer el hacerlo también con su faceta carismática, sino sólo con la institucional.
Recapitulemos. Ninguna religión es la única verdadera en su aspecto carismático, y nunca en su parte institucional; por lo que tenemos el derecho y el deber de permanecer en una de ellas mientras nos sirva de vehículo para acercarnos a Dios a través del amor y de la entrega real al prójimo; y cuando no cumpla con ese fin, pues entonces también tenemos el derecho y el deber de dejarla.
Y Jesús, ¿dice algo al respecto?
Por supuesto que lo hace. De forma implícita nos indica cual es la religión que hemos de aceptar: aquella que nos lleve a que Él nos pueda decir: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». (Mt. 25, 31-36.).
Como podemos comprobar el Maestro no nos juzga por seguir o no determinado credo, por pertenecer o no a determinada religión; sino que, por el contrario, no cita a ninguna de ellas como mejor que otra, dando con ello por buena a cualquiera que nos lleve a
Por otros caminos hemos llegado a un conocimiento que es de sentido común: el que nos dicta que el medio está ordenado al fin, por lo que nunca el vehículo en que viajamos se puede convertir en el destino. Hemos de adorar a Dios, pero nunca sustituyéndole por la religión que nos lo acerca. Antaño los carruajes de caballos eran un buen medio para viajar, pero ante los coches actuales hemos de abandonarlos, es más, aferrarse cerrilmente a ellos sería un desatino. Lo mismo ocurre con cada una de las religiones existentes, que son simples medios para viajar a lo Divino. Si aquel culto en el que estamos deja de cumplir con su función, pues entonces le debemos abandonar sin contemplaciones.
Termino con unas palabras para quienes renuncian a la religión en la que están porque en conciencia han descubierto que no les acerca a Dios. Por todo lo dicho, tienen el derecho y el deber de actuar así. Es más, mi opinión es que si obraran de otra manera se ofenderían a si mismos y a Dios por permitir que ese culto les aparte de Él.
4 comentarios:
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Los administradores de Hemeroteca consideramos importante este escrito y lo hemos colocado allí.
Un saludo
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Fabian dijo... Si la verdadera religion es la que hace lo que esta escrito en la Biblia.Por ejemplo los Fariseos decian y no hacian al igual que los Catolicos de hoy.hasta luego.
El artículo, puede ser complementado con lo escrito en el blog www.religionamor.blogspot.com donde se establece que la verdadera religios es el verdadero amor.
Gracias por lo explicado en tu comentario.
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