viernes, 17 de noviembre de 2006

Pensad y Seréis Libres

El año 1910 hubo un exceso de producción de uvas, los interesados en darles salida pensaron cómo lograrlo e inventaron la tontería de que trae suerte comer una uva por cada última campanada del 31 de diciembre. Nadie pensó ni piensa en el porqué de tal costumbre, y por eso desde entonces repetimos neuróticamente el ritual cada fin de año.

Los gobiernos quieren aplicar una subida innecesaria del agua, por poner un ejemplo, piensan en cómo lograrlo sin resistencias, y empiezan a hacer propaganda de que España es el país de Europa en donde está más barata, hablan de la reiterada sequía, de que hay que valorar el agua, etc., y cuando consideran oportuno que la gente ya está lo suficientemente mentalizada, por lo que no rechistará, van y la suben.

Los manipuladores de masas están inventando constantes campañas para forzar el consumismo superfluo. Así, se sacan de la manga el día de la madre, al principio lo colocan el 8 de diciembre, después comprueban que esa fecha les reporta pocos benéficos por estar próxima a las compras navideñas, piensan de nuevo, y lo trasladan al primer domingo de mayo. Luego ven que la gente les sigue el juego y continúan por la misma línea: paren el día del padre, del jefe, de la secretaria, y por ese camino acabarán imponiendo el del emigrante más cercano, y hasta el día de quien no se rasca nunca la cabeza en público. Y por no pensar ni en el cómo ni en el porqué de esas manipulaciones les llenamos los bolsillos con cuanto nos fuerzan a comprar.

Ante la desaparición de la esclavitud física, los grupos de poder han centrado sus energías en la esclavitud psicológica, para que así su opresión sobre los demás perviva al hacer que la gente sea un títere de sus intereses.

En todos los ejemplos de manipulación antes vistos comprobamos la existencia de los siguientes elementos:

—Alguien que quiere que otros hagan su voluntad, por lo que “piensa” cómo lograrlo.

—La masa a esclavizar, que es propicia para ello precisamente porque acepta como cierto, sin razonarlo, lo que otros le cuentan, porque “no piensa” sobre el cómo, cuándo, dónde, qué, quién y porqué de lo que le están publicitando.

Para librarse de este tipo de esclavitud basta con aplicar el antídoto de “pensar”, de hacerle preguntas a cada información que nos muestren (propagandística, publicitaria o meramente informativa).

Lo primero en cuestionarse es: ¿Quién puede beneficiarse si acepto a ciegas lo que me están contando? Y enseguida identificaremos al “negrero” que hay detrás.

Luego: ¿Qué información están exagerando y cuál me están ocultando?

Así, supongamos que dan el dato de que España es país de Europa en el que los carburantes son más baratos, entonces hacemos las preguntas: ¿Por qué no nos decís también que los sueldos de aquí son también los más bajos de gran parte de Europa, por lo que al ser nuestro nivel adquisitivo mucho menor en realidad a ellos les cuesta menos esfuerzo pagar la gasolina que a nosotros?

Por último, inquirir sobre la existencia de una figura a quién le están creando unos derechos que no se corresponden con el caso presentado, lo que a su vez crea otras personas que se sentirán culpables si no se satisfacen esas falsas expectativas.

Veamos un hipotético slogan: “Si tu madre lo ha dado todo por ti, lo mínimo que debes hacer es regalarle algo en su día”. Que ella lo haya dado todo por ti no fundamenta ni su derecho a recibir un regalo en el momento que un tercero lo diga, ni es tu obligación a obsequiarla en esa fecha concreta. Esa campaña publicitaria crea en las madres unos derechos superfluos, que por una parte las ofenden si no son satisfechos, y una cargo de conciencia en los hijos si no están a la altura de las circunstancias.

“La verdad os hará libres”, dijo Jesucristo, y para encontrar la verdad no hay mejor camino que delimitar las falsas creencias que nos pretenden inculcar, y luego juzgar lo pensado, y repetir el proceso el número de veces que haga falta hasta que se encuentre la meta.

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